miércoles, 27 de enero de 2021

Pajaritas de papel

    Aún recuerdo pequeños detalles de ese día, como los nervios que me invadían propios del desconocimiento de todo cuanto me rodeaba. Era uno de mis primeros días de instituto y todavía no estaba acostumbrada a ser una de las pequeñas del edificio. Estaba siendo un día prácticamente normal hasta que llegaron las 13:25, hora en la que empezaba la sexta hora. Mi clase era la del piso de abajo que constantemente tiene las persianas rotas debido al golpeo tenaz de los balones en ella. Desde aquella ventana se veía pasar a todas las personas que se dirigían hacia la puerta de salida. El día al que me refiero, justo cuando sonó la sirena que indicaba el fin de la quinta hora y el principio de la sexta, una clase de “mayores” pasó por allí para salir del instituto. Mientras estaba mirando por la ventana, un profesor entró en clase, aunque yo no lo escuché, por lo que según lo vi tan cerca de mí justo al girarme, me asusté y pegué un brinco. Él se empezó a reír y me acarició los hombros para tranquilizarme mientras me preguntaba mi nombre, por el cambio al instituto, por las clases… y un largo etcétera que nos entretuvo durante veinte minutos hasta que nuestra conversación se vio interrumpida por un “no hay derecho a que los mayores se vayan a sus casas cuando no tienen profesor y nosotros no”. El profesor, con su característica sonrisa, contestó que era porque ellos ya habían terminado sus deberes, que si él los terminaba también podría salir. Siempre tan ingenuo, él ya me había preguntado antes que si nos mandaban muchos deberes, a lo que yo respondí que sí, que sobre todo ese día en plástica. Por ello, yo me puse a hacerlos sin más para así poder aprovechar mejor la tarde. Entre tanto, él me observaba detenidamente mientras yo hacía una lámina de plástica que consistía en dibujar la simetría a una pajarita de papel. Se volvió a dirigir a mí y me dijo: “¿sabes cómo se llama el arte de hacer figuras con papel? Se llama papiroflexia y es un arte por desgracia poco conocido y que cada vez tiene menos artistas”. Esas palabras se me grabaron a fuego en la memoria; fue allí cuando empezó todo. Si algo me ha caracterizado desde pequeñita es mi afán por aprender todo lo posible, así que le dije que yo quería conocer ese arte; arte del cual, por suerte, tenía a un gran artista justo delante. Me miró con la mirada brillante y me dijo que cogiese un papel. Con sendos papeles en las manos comenzamos a darles forma. Recuerdo cada paso como si fuese ayer: primero hicimos un cuadrado y cortamos la línea que sobraba, más tarde empezamos a hacer triángulos en él y doblamos por las líneas, formando así la figura de un diamante en tres dimensiones. En ese preciso instante sonó la sirena, así que nos teníamos que ir, pero justo cuando estábamos saliendo por la puerta me miró, me sonrió y me dijo textualmente “algún día la terminaremos”; palabras que más tarde entenderéis por qué tengo tan clavadas en el corazón.

        Pasaron días, semanas e incluso algún mes hasta que nos volvimos a ver. Lo busqué en varios recreos pero no tuve la suerte de encontrarme con él y me daba vergüenza preguntar a los demás profesores, porque al fin y al cabo era para terminar una “simple” pajarita de papel. Pasaron dos meses desde nuestro primer encuentro hasta el día en que, afortunadamente, volvió a faltar otro profesor y a él le tocó guardia en mi clase. Me hizo muchísima ilusión volver a verle y tras estar un rato hablando, le pregunté que si podíamos terminar la pajarita, a lo que él me contestó que teniendo el diamante lo intentase yo sola que ya no me quedaba nada y ese día me enseñaría algunos palíndromos bastante curiosos. Así, continuamos el resto de clase entre rutas naturales, demoníacos Caínes y un sinfín de conjuntos de palabras que cada vez me dejaban más fascinada. De nuevo ese timbre que no solo indicaba el fin de la clase. Antes de salir le pregunté su nombre; Lorenzo, me dijo sonriendo. Estuve horas haciendo diamantes para conseguir llegar hasta el paso final y terminar la pajarita, pero no lo conseguí en ninguno de mis intentos. En aquel año aún no tenía internet y todo era mejor porque te las tenías que ingeniar tú solito, así que no teniendo esa opción, decidí preguntar a familiares y amigos, pero los pocos que sabían hacer pajaritas las hacían diferentes. No conseguía terminarla de ninguna de las maneras, por lo que pasados unos meses decidí ir a buscarle al departamento de Filosofía, pero cuando abrí la puerta me encontré que estaba vacío, así que pregunté a una profesora y me dijo que se había puesto malito y que pronto volvería. Es el “pronto” más largo que nunca ha habido. Cada vez que preguntaba por él me volvían a contestar lo mismo, pero llegó un día en el cual no me lo pudieron ocultar más y me dijeron que estaba enfermo y que ese “pronto” posiblemente no se pudiese cumplir.

        Era pequeña, pero entendí todo lo que querían decir y me derrumbé por dentro, entendí que no me podría enseñar más. Al día siguiente vi a todo el personal docente con caras tristes y lágrimas en los ojos, por lo que, desgraciadamente, comprendí que la causa era lo que menos me quería imaginar.

        Esa misma tarde, justo al llegar a casa, decidí coger el diamante que habíamos hecho juntos y como por arte de magia mis manos parecía que fuesen solas y no pararon hasta que consiguieron terminar aquella pajarita tan especial que más tarde eché a volar para que fuese allí donde él se encontrase. Él también es un diamante convertido en pajarita que echó a volar.